La lengua guaraní


El lunes, en la sala bicameral del Congreso, hizo su presentación en sociedad la Academia de la Lengua Guaraní (Avañe´ê Rerekuapavê), creada en 2010 con la aprobación de la ley de lenguas e institucionalizada en 2012 con la incorporación de sus primeros 15 miembros. Luego se incorporaron 15 más para completar el número marcado por la ley. En la ocasión, se leyó el decreto redactado enteramente en guaraní que aprueba los estatutos sociales de la Academia. Entre sus fines inmediatos figuran elaborar un diccionario oficial y consensuar el alfabeto de la lengua guaraní. Mientras tanto, prosigue con su labor de incentivar el uso de nuestro idioma nativo como esencia de nuestra identidad nacional. El art. 77 de la Constitución Nacional establece: “La enseñanza en los comienzos del proceso escolar se realizará en la lengua oficial materna del educando. Se instruirá asimismo en el conocimiento y en el empleo de ambos idiomas oficiales de la República (El castellano y el guaraní). “En el caso de las minorías étnicas cuya lengua no sea el guaraní, se podrá elegir uno de los dos idiomas oficiales”. En la fundamentación de este artículo, Rubén Bareiro Saguier –recordado el lunes con afecto y gratitud– dijo que el artículo 77 “tiende a aclarar las bases de la educación bilingüe, que no se va a hacer solamente en la lengua materna, ni en guaraní ni en castellano, según sea la lengua materna del educando, sino que a partir de su lengua materna se va a implementar la enseñanza. De la alfabetización en esa lengua suya que es la de todos los días, se va a pasar a la otra lengua…”. Recién la Constitución Nacional de 1992 le ha dado a nuestra lengua nativa un sitio que se le ha negado siempre: estar junto al castellano, desde la formalidad, como expresión de nuestra cultura. Es de admirar que el guaraní sobreviviera ante los muchos y poderosos intentos por hacerlo desaparecer de nuestra vida. Hubo épocas en las que se prohibió que se hablara en las escuelas porque “el guaraní entorpece el uso del castellano”. Sí, entorpece, pero a quienes ya son torpes en cualquier idioma. La palabra “guarango” –ordinario, vulgar– fue el devastador juego de palabras para designar a quienes se expresaban en su idioma materno. Y como muchas familias no querían vivir en un rango social inferior, se prohibía hablar en guaraní a todos sus miembros. El padre Meliá, en su monumental libro “Mundo Guaraní”, dice: “La carta del mantenimiento de la lengua guaraní que hay que jugar es, probablemente, el lugar de cultura más importante del Paraguay, fuera de la cual no hay futuro”. En efecto, un pueblo que pierde su idioma nativo no tiene futuro. Al perder su identidad lo pierde todo. No será reconocible sino por el recuerdo de una rica cultura echada a perder. Y luego vendrá lo inevitable: la desaparición del mismo recuerdo. La Academia de la Lengua Guaraní tiene el desafío, precisamente, de la permanencia y vigor de uno de nuestros idiomas nacionales. No con imposiciones odiosas sino haciéndolo querer. Hablar en guaraní tiene que ser un deleite, una reafirmación de que somos un pueblo al que se lo distingue por su identidad cultural. Así lo entendió hace unos días el rey de España y seguramente hará lo mismo el papa Francisco, como otras tantas personalidades que ya lo habían hecho. Eduardo Galeano nos cuenta en “Memorias del fuego II”: “En las Misiones se hablaba en guaraní y se leía en guaraní. A partir de la expulsión de los jesuitas, se impone a los indios la lengua castellana obligatoria y única. Nadie se resigna a quedar mudo y sin memoria. Nadie hace caso”. Sí, nadie hizo caso de las represiones por hablar en guaraní. Por eso no estamos mudos en ese idioma. alcibiades@abc.com.py

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