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ASEFCE - INTERNACIONAL
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Juegos Olímpicos - 18 de julio de 2015 - 00426-
al profesor Andrés Ramón VERA GÓMEZ
Mi querido Andrés
Es un gran lugar para informar de su nombre oficial como Embajador de África Solidaridad Empleo Formación Creación Empresas Oficina Internacional en la República Argentina y Continente Sudamérica.
Antes de que Haití se convirtiera en un país en llamas, hubo miles de fuegos por todas partes. Muchos expertos señalan el inicio de todo en la propia colonización y la esclavización de los africanos traídos a repoblar la isla tras el exterminio de las comunidades indígenas. Otros se remontan a 1804, tras la independencia de este pequeño país caribeño. Convertirse en el primer pueblo negro libre del mundo le costó deudas impagables con Francia y bloqueos de otros países europeos. La injerencia de Estados Unidos y el incremento de grupos criminales en la isla son los últimos fósforos que han vuelto a prender todo.
“Haití es un país al que siempre han dado la espalda”, dice el haitiano Wooldy Edson Louidor, director de la maestría en Estudios Críticos de las Migraciones Contemporáneas de la Universidad Javeriana en Colombia. “Inclusive ahora, hasta la comunidad internacional está impidiendo la transición. Necesitamos una solución haitiana con la clase política que tenemos, corrupta o no; la nuestra. Necesitamos su voz, la de los gremios y la de los que estamos fuera. El rol de la comunidad internacional tiene que ser acompañar y proteger a los refugiados, nada más”, añade. El hastío de los migrantes frente a que las soluciones siempre se busquen fuera es una constante en sus relatos.
Sin embargo, la realidad está lejos de lo que plantea. Las últimas cifras que se conocen, de 2020, hablan de que una sexta parte de la isla vive en el extranjero y que apenas 116.000 haitianos han recibido el estatuto de refugiado. En un país convulso, la diáspora se ha convertido en una trinchera frente al caos. Los libros del escritor del haitiano-canadiense Dany Laferrière; el pensamiento crítico de Pierre Louis Jean o de Jean-Claude Icart o el activismo de Jennie-Laure Sully han explicado en el extranjero los males de una nación en crisis perenne. Además, ofrecen un salvavidas económico a través de las remesas, como hace Yvenet Dorsainvil desde Chile o el padre de Richard Cantave desde Estados Unidos. “Es difícil sobrevivir sin apoyo”, dice el último. Sus contribuciones y la de otros migrantes aportaron 4.200 millones de dólares a la economía haitiana en 2023; cerca de un 16,3% del PIB. Es por ello que Edson repite una y otra vez: “La gran resistencia es transnacional. Los grandes pensadores, los intelectuales... todos estamos fuera. Haití tiene todos sus recursos humanos en el exterior. Y, sin ellos, no va a poder levantarse”.
30 años de dictadura, golpes de Estado, un magnicidio, dos terremotos que terminaron con la vida de más de 220.000 personas, brotes de cólera… La pequeña isla de menos de 12 millones de habitantes ha sido testigo de todos los males que uno pueda imaginar. Hoy, su población -la más empobrecida de la región- está sumida en una crisis absoluta y busca las herramientas para la transición hacia un modelo democrático y que garantice los derechos básicos de la población en medio del caos. Por eso, hablar de migrar en Haití es cotidiano.
Según los cálculos de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) hasta 2020, más de 1,7 millones de haitianos vivían en el extranjero. Pero la convulsión social y política de la isla desfasaron estos datos por completo en menos de cuatro años. “Es seguro que son miles y miles más, pero es dificilísimo tener cifras exactas, porque la gran mayoría de migración es irregular”, dice Giulia Sbarbati, de OIM Haití. Y pone como ejemplo Honduras, a donde llegaron más de 82.000 haitianos el año pasado, un incremento del 100% respecto a 2022. “Tal y como está la situación, la tendencia es a que siga creciendo”, advierte. A pesar de las escurridizas cifras, estas siguen siendo abrumadoramente superiores a los estatutos de refugiados concedidos: hasta mediados de 2023, solo 116.463 haitianos pudieron gozar de todos sus derechos en un país de acogida. Otros 195.425 solicitaron asilo.
Estos modestos números hicieron que Acnur, la Agencia de los Refugiados para la ONU, emitiera un documento con recomendaciones a los países vecinos para que garanticen el refugio u otras medidas de protección. “No estamos diciendo que apliquen todos, pero sí quienes vienen de los territorios más convulsos del país. La situación es compleja y las deportaciones solo ponen en riesgo la vida de miles de personas”, explica Luiz Fernando Godinho, vocero de Acnur para las Americas. A pesar de las peticiones, las devoluciones en caliente son prácticamente diarias. Desde 2021, al menos 303.000 haitianos han sido repatriados por aire y mar, las más comunes suceden en República Dominicana, el país colindante con restricciones cada vez más rígidas. “Parece que sí se entiende acoger a ucranianos, pero no a nuestros propios vecinos”, lamenta Jean Exil, exembajador de Haití en Colombia. “Estamos hablando de un país en el que mueren 300 personas al día y en el que los perros devoran los cadáveres. Tal vez los estadounidenses simpaticen más con los que se parecen a ellos”.
Estados Unidos: “Echo de menos sentirme en casa”
Richard Cantave (Puerto Príncipe, 38 años) se fue en junio de 2003 a estudiar a Nueva York. Su ciudad, en la que jugaba hasta la noche en la calle y por la que paseaba durante horas con su padre, es hoy el epicentro del caos. “La crisis me puso fácil la decisión de quedarme”, explica por teléfono. Prácticamente toda su familia vive fuera de Haití, menos su hermano, un juez al que llevan siete meses sin pagarle el sueldo y que “se las pasa acorralado en la ciudad”. Cantave, fundador de la empresa de turismo Haitian Nomad, cuenta que vive conectado al minuto a minuto de lo que sucede allá. Tanto por su negocio, que organiza viajes alrededor del mundo (incluyendo actualmente el norte de Haití), como por estar de alguna forma cerca a lo que pasa en la tierra de sus ancestros. Como él, en 2023 había unos 731.000 paisanos viviendo en Estados Unidos. “Estoy bien, pero echo de menos sentirme en casa”, zanja.
Ese país y Canadá fueron siempre dos de las grandes metas de los haitianos que salían de la isla. Después del devastador terremoto que golpeó a Haití en 2010, decenas de miles emigraron a Brasil y Chile, países en los que fueron acogidos como mano de obra barata. Pero años después, redireccionaron su objetivo: llegar sea como sea a Estados Unidos. Y ese como sea se tradujo en que se convirtieron en la nacionalidad más numerosa en la peligrosísima selva del Darién, que conecta Sudamérica con Centroamérica. Solo en 2023, entraron 46.422 haitianos; un 107% más que en 2022, según señala Sbarbati, de OIM Haití. En los últimos dos años, las políticas migratorias del Gobierno de Joe Biden animaron a muchos haitianos a intentar llegar a ese país. Gracias al parole humanitario, pueden optar a permisos de residencia y trabajo durante dos años.
Para Gabrielle Apollon, haitiana-canadiense residente en EE UU y coordinadora de la Red Hemisférica por los Derechos de los Migrantes Haitianos, es injusto que se siga hablando de ellos como “migrantes económicos”: “Están huyendo de una vida insostenible en Haití, no es que quieran buscar mejores trabajos, es que no hay ninguna garantía de seguridad donde están. La forma de acompañar la crisis de la comunidad internacional debería de ser acogiendo refugiados y no mediante la injerencia política”.
Brasil: “El racismo es el gran obstáculo para encontrar trabajo”
Brasil fue desde 2011 un país de tránsito y destino de medio plazo para los haitianos que huían del devastador terremoto del año anterior, de la posterior inestabilidad social y las cíclicas crisis. De los 160.000 que desde entonces entraron en el país, unos 86.000 permanecen; de ellos, unos 55.000, están inmersos en situaciones de vulnerabilidad. Se calcula que decenas de miles siguieron hacia otros países —a veces con sus hijos brasileños— con el sueño de prosperar, mientras que una parte se naturalizó. Explica Miguel Pachioni, de Acnur, que “el racismo y la discriminación son el gran obstáculo que los haitianos tienen para encontrar trabajo” en este país continental. Y añade que la política migratoria brasileña es de las más generosas de la región con los haitianos.
“Y con todo ser humano”, apunta Bob Montinard, de 48 años, un activista cultural que en Haití trabajó en proyectos de construcción de la paz, desarme y promoción cultural en favelas, que lleva 14 años instalado en Río con su familia. Sostiene Montinard que la enésima crisis en su patria “no es culpa solo de los haitianos, ni la solución vendrá solo de los haitianos”. Sospecha que existen grandes intereses extranjeros para armar a sus compatriotas, “que se maten entre sí y lo destruyan todo”. Subraya: “Es triste y vergonzoso que un país tan rico y con una historia tan fuerte se haya convertido en lo que es ahora”.
Este activista, que trabaja en la ONG que fundó con su esposa, francesa, dice que desde febrero es imposible enviar remesas, incluso para quien tiene dinero, porque las agencias están cerradas ante el caos desatado por las bandas criminales.
Cualquier haitiano reconocido en Brasil como refugiado, con visado humanitario o residencia temporal, recibe documentación y permiso de trabajo. El año pasado, el Gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva autorizó la reunificación familiar con parientes hasta de segundo grado, lo que incluye abuelos y nietos. Allanada la parte burocrática, lo complicado suele ser reunir el dinero para viajar de la isla caribeña hasta Brasil: São Paulo queda a más de 6.000 kilómetros.
Chile: “Lo que pasa nos afecta psicológicamente”
Chile llegó a albergar a más de 179.000 haitianos en 2018. Pero en los últimos cinco años comenzó a ser testigo de ese éxodo silencioso de estos migrantes a Norteamérica. “No quieren volver (a Chile) porque cada persona que sale tiene una negatividad que le tocó vivir. Están intentando respirar otro aire”, comenta William Pierre, vocero de la comunidad haitiana en Chile.
A las dificultades de los migrantes, ahora se suma la actual crisis: “Nos afecta hasta psicológicamente. Son familiares, hermanos, quienes están siendo secuestrados y no hay una seguridad que se pueda brindar desde el Estado… Son nuestras raíces. Nadie quiere estar fuera de su país, no importa la cantidad de dinero que se tenga”.
Él llegó a Santiago en 2015, luego de pasar por varios países, como Colombia y Estados Unidos. Había trabajado en altamar con la empresa Petróleos de Venezuela (PDVSA) y como intérprete para Naciones Unidas. “La ingobernabilidad que hay en Haití y la corrupción hace que los profesionales, el corazón del país, sigan saliendo para buscar un alivio”.
A pesar de todo y que su casa en Haití fue baleada en 2022, Pierre asegura que no tiene intención de sacar a su familia de su país por ahora: “Mis hijos deben recibir la educación haitiana. Es parte del crecimiento… Volver siempre está en mi obligación, independientemente del caos y la inseguridad de mi tierra”.
México: “Si puedo volver a caminar tranquila, quiero volver”
La plaza Giordano Bruno, en pleno centro de la Ciudad de México, se ha convertido en la imagen exacta de lo que sufren los migrantes haitianos en el país. El piso está cubierto de decenas de casetas de campaña donde hay unas 200 personas que cocinan, lavan los platos y pasan su día a día sentados en cubos de pintura convertidos en asientos.
Jessica Jean Baptiste, de 25 años, cuenta los más de 5.000 kilómetros que hizo para llegar a México desde Chile, primer lugar al que fue tras salir de su país en 2017. “Es un viaje muy feo. No hay cómo bañarse, dónde comer”, lamenta. Ella cuida de su hija de un año mientras su marido trabaja. Ese dinero se usa para vivir cada día. Desde que salieron de Chile no han podido enviar remesas a sus familias porque se han gastado sus ahorros tratando de llegar a Estados Unidos. Ella no es una excepción; México se ha convertido en una posible puerta de entrada al país norteamericano y cada vez más en un país de acogida.
En 2010, año del fatídico terremoto que asoló el país, solo había 733 haitianos censados en México. Como Jean Baptiste y Lolo Mathurin, otra joven migrante del asentamiento, hoy se estima que hay más de 110.000 haitianos viviendo en territorio mexicano, según el Comité Ciudadano en Defensa de los Naturalizados y Afromexicanos. El presidente de la asociación, Wilner Metelus, denunció el pasado enero la situación en la que viven muchos de ellos en campamentos sin servicios básicos en la Ciudad de México y en varias ciudades de las fronteras norte y sur.
El Instituto de Políticas Migratorias afirma que la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar) recibió entre enero y agosto del año pasado 34.677 solicitudes de asilo de personas de Haití, de las que solo se han reconocido el 9%. Una tasa mucho más baja que las de otras nacionalidades como los hondureños (89%) y venezolanos (83%). La llegada de haitianos a México da una imagen clara del gran éxodo de personas que, muchas veces, sueñan con volver a su isla algún día. “Si todo comienza a ir bien en mi país y puedo caminar tranquila, quiero volver”, dice Mathurin.
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